jueves, 26 de enero de 2017

The Legend of Zelda (NES, 1986)


Esta reseña fue escrita originalmente por Magnus Dagon a finales de marzo de 2015. Su retraso en la publicación se ha debido a problemas técnicos y comunicativos internos (aka. "el redactor jefe es un inútil y no cumple con su trabajo de revisión y planificación"). Pedimos disculpas en caso de detalles que puedan parecer anacrónicos o desactualizados.

Versión analizada: NES

Otras versiones: GameCube, Gameboy Advance, Consola virtual (Wii, Nintendo 3DS, Wii U)

Hemos revisado ya en Insert Coin gran cantidad de entregas de este juego mítico de Nintendo (podéis encontrarlas todas en la etiqueta de Shigeru Miyamoto), y por ese motivo algo fallaría si no hiciéramos lo propio con el que dio origen a toda la saga. Es un juego evidentemente muy antiguo y retro, incluso dentro de la categoría de los juegos retro, pero no hablar de él supondría un agujero imperdonable a la hora de analizar esta saga.


Este primer juego de Zelda, por primitivo y simple que pueda parecer, esconde en su estructura muchos de los elementos que ya se volvieron icónicos en la saga. Sorprende, de hecho, cuán poco tuvieron que cambiar en esencia el resto de entregas, con respecto a esta primera, más allá del nivel técnico. Y es que lo esencial está ya aquí.

Lo primero es que tenemos a un héroe, Link, que es a quien nosotros debemos manejar. El pobre chaval no nace siendo una máquina del combate precisamente. De hecho, al empezar ni siquiera poseemos la espada, aunque una rápida visita a la cueva arregla eso enseguida, pero el concepto de ‘ir mejorando’ ya está ahí. El sistema de vida funciona mediante corazones, esencialmente recipientes vitales que se van drenando poco a poco. Del mismo modo, la resistencia mejora gradualmente gracias a unas armaduras que van mejorando nuestra protección, así como lo hacen unos escudos.


Estos detalles sin aparente importancia son la clave que permite que The Legend of Zelda se haya convertido en un juego para el cual prácticamente hubo que inventar un nombre para encasillarlo en un género, y es ‘aventura’. Es notorio cómo se huyó de los tediosos turnos o de un sistema de vida que dependiera de ganar o perder puntos (aunque eso es lo que ocurre en cierto modo), y sobre todo de tener que estar dando vueltas para subir de nivel y así poder seguir avanzando. La fluidez del juego, por viejo que resulte, es perfecta; avanzar implica mejorar, y mejorar implica avanzar.

La idea básica del juego es sencilla. Debemos explorar el mundo superior y encontrar ocho mazmorras. Cada mazmorra esconde un fragmento de la Trifuerza del Valor, y al poseer todos se nos permitirá el acceso a la última de todas, en la que nos espera Ganon. Al derrotarle obtendremos también su Trifuerza, la del poder, y podremos rescatar a la princesa Zelda. Fácil, ¿no? Un tanto simplista y, como se ha apuntado muchas veces, de concepción no muy amable con las mujeres (que, al igual que en los primeros Marios, son relegadas a meros objetos a rescatar), aunque en aquellos tiempos la trama era casi más una excusa que un trasfondo en sí.


Shigeru Miyamoto puso un énfasis especial en el concepto de la exploración, pero no una cualquiera, sino la misma que todos hemos experimentado al estar de vacaciones en una ciudad extranjera: moverse sin rumbo fijo, sólo avanzando de un lugar a otro, para un rato después examinar un plano y saber hacia dónde se está uno dirigiendo. La idea aquí se lleva al extremo radical, en las mazmorras, obligándonos a recorrerlas a ciegas al principio, y de ese modo rellenando el mapa a la espera de conseguir uno completo más adelante. Este concepto es de una fuerza interactiva enorme, y no es casual que algunas de las mejores sagas de la historia lo empleen, como los Metroid o Silent Hill.

Las mazmorras son simples pero ya encierran parte del encanto de los futuros Zeldas. Para empezar son largas, de dificultad progresiva (aunque en este juego, como pasaba en su secuela, quizás es un poco elevada en general) y cada sala posee puertas que se pueden abrir o cerrar por medio de diversos mecanismos, como utilizar una llave, usar una bomba para romper la pared, matar a todos los enemigos de la sala o mover un bloque. En la segunda aventura, además, existen muros traspasables, pero hablaré de eso más adelante.


El juego es complicado, en efecto. No tiene la permisividad de los Zeldas modernos, que te cogen un poquito más de la mano para que puedas ir avanzando, y se echa mucho de menos mayor interactividad entre Link y los secundarios, que se limitan a soltar una frase, y más bien corta en general. De todos modos, en estos tiempos modernos donde existen guías por todo Internet, no habrá problemas en que busquéis una que os diga en qué parte exacta debéis poner una bomba para acceder a algunas mazmorras, o qué arbusto, tras quemarse, revelará unas escaleras ocultas.

La segunda aventura es quizá el punto más fuerte del juego, y se revela tras jugar una primera partida completa o partiendo de cero y eligiendo el nombre ‘Zelda’ para nuestro personaje. Este segundo juego dentro del juego posee el mismo mapa del mundo superior, pero todo lo demás ha cambiado, incluyendo la ubicación de tiendas y mazmorras, y las propias mazmorras son radicalmente diferentes y mucho, mucho más complejas. Supone todo un reto acabarse la segunda aventura a pelo; hay que ser muy paciente, inteligente y a veces, incluso, astuto. Como curiosidad, por lo que en su momento leí, decidió añadirse como un extra debido a que los programadores, al finalizar el juego, descubrieron que aún tenían mucha memoria que podían aprovechar.


Resumiendo, The Legend of Zelda es un juego que puede no estar recomendado para todo jugador por su claro desfase gráfico y sonoro (sin duda sigo recomendando el A Link to the Past como primera opción a la hora de probar un Zelda no tridimensional), pero aquellos que tengan interés personal por conocer el origen de la saga y enfrentarse a todo un reto encontrarán en este juego una experiencia a la altura, sobre todo con la segunda aventura del mismo.

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LO MEJOR: Apreciar cómo todo lo que hizo a los Zeldas grandes ya está ahí. Se entra muy rápido en el juego. Simple pero muy adictivo y rejugable.

LO PEOR: Las prestaciones de la NES eran pobres en colores y sonido. La primera aventura es de dificultad alta pero no imposible; la segunda aventura es un verdadero Infierno si se pretende jugar a pelo sin guías ni emulador.

VALORACIÓN: 90/100. La nota no refleja los estándares de la época actual, obviamente, sino los de aquella época. Este juego marcó un antes y un después en la historia de los videojuegos, y la lista de juegos que se han inspirado en él es innumerable, desde los muy famosos Metroids al mucho más desnocido Okami. No se vendía en un cartucho dorado por casualidad: este juego es una joya inmortal que se estudiará por generaciones enteras de aficionados y creadores de videojuegos.

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