miércoles, 12 de junio de 2019

Metro Sim Hustle (PC, 2019)


Versión analizada: PC.
Otras versiones: Ninguna que yo sepa.


En Insert Coin no somos precisamente los redactores más frecuentes, pero cuando nos ponemos, nos ponemos. Hoy traigo una joya del décimo, undécimo, duodécimo arte; uno de esos juegos que viene listos a revolucionar todo paradigma de la simulación virtual combinando el morbo de los bajos fondos de una ciudad como podría ser Badajoz con el realismo atroz de Jonas Mekas en tu cara, chaval. Esto es una fantasía, una sátira del sistema, una delicia con el nombre de Metro Sim Hustle. Cada una de las palabras de este título es una puñalada en el núcleo del corazón de este amante del ratón y teclado: Metro porque eres un maquinista de metro. Sim porque no lo eres en la vida real. Hustle porque los conductores están fatal pagados y se ven obligados a menudo a adoptar pluriempleos en campos tan variopintos como el tráfico de drogas o la prostitución. Esto está pasando.

Vamos al filo de la noticia, porque esto salió como antes de ayer, y ya lo tengo fresquísimo. Todavía ni lo he abierto. Sabéis que la primera impresión de un juego es fundamental y aquí nos mete de lleno en el pozo, con una imagen de las catacumbas de la ciudad que sea.




Los diseñadores no han escatimado en detalles, transportándonos a un universo donde todo vale. De algún modo sabemos que ese cúter que está sobre la mesa está impregnado en SIDA. No hace falta ni comprobarlo. Cualquier decisión errónea que tomes en tu vida puede llevarte a amanecer en un colchón portable infestado de ratas, bajo un techo de hormigón por el cual no ha entrado la luz del sol ni va a entrar nunca.






La primera persona que ves te quiere matar, está claro, es un abusón de callejón con una mirada inyectada en sangre. Randy, tengamos la fiesta en paz. Intentemos conversar. No soy un poli. Randy tiene para venderme cocaína, cannabis y éxtasis, un festín para los sentidos en el cual me es complicado elegir la sustancia correcta. Pero tendré que pilotar mi serpiente del subsuelo, así que me quedo con la cocaína.

El crash económico que ha provocado que una persona con un oficio honrado como mi personaje more en un cuchitril en el que no se caería muerto ni Sid Vicious tiene sus puntos favorables, verbigracia que la farla me cuesta quince napos. Por supuesto que no consumo nada y los precios de los estupefacientes en este nuestro mundo, tan dependiente de los designios de los magnates saudíes y los grandes cárteles, me son totalmente ajenos, pero contactos tan sólidos en su conocimiento del trapicheo como poco fiables a la hora de estar conscientes un sábado cualquiera a las dos de la mañana me confirman que es un chollo. Por desgracia no tengo suelto ahora mismo así que el pobre Randy se queda sin su billetaje y yo sin mi polvo mágico. Una lástima.




Una de las grandes maravillas del capitalismo global son los refrescos de múltiples sabores. Sin embargo, todavía no se ha conseguido desarrollar uno que no dé asco. Si esto es resultado de una mala receta o si nuestros poco sofisticados paladares simplemente no están preparados para una Fanta de Sandía es una pregunta para el MIT, no para mí.

En esta ciudad cuasi-distópica tenemos de todo, desde pizzerías hasta ambulatorios. Frente a la estación de metro donde me dirijo me encuentro a Verónica, una apasionada del vodka y el sushi que representa a la casta.

El juego te permite elegir entre tres líneas de metro para pilotar, cada una con su nivel de difícultad y de amenaza terrorista. Cómo este estudio ha conseguido representar todos y cada uno de los sinsabores diarios de la sociedad intelectual es algo que inspirará múltiples ensayos y quizá hasta alguna charla TED.




Mi primera experiencia conduciendo es nefasta, porque todo lo que tiene este juego de mordaz lo tiene de no dar ni media pista al jugador de cómo hacer nada. Pero soy de la opinión de que la perfección es en si misma un defecto, y esta carencia del juego se convierte en una virtud, haciéndolo más humano y, por lo tanto, mejor. La vida no tiene tutoriales. O no tenía, porque eso es exactamente lo que es Metro Sim Hustle: un tutorial para la vida.

El caso es que todo iba bien hasta que 39 incautos pasajeros entraron a mi tren en la primera estación, pero nunca se bajaron en una segunda. El indicador de siguiente parada no cambiaba y después de circular por los túneles como un platelminto por el intestino de un cerdo coprófago, decidí detener el vehículo y abandonar a su suerte a esos pobres ciudadanos. Tal vez un segundo intento sería más exitoso, y más lucrativo.

Efectivamente, lo es: simplemente la gente tarda siete horas en dejar de entrar al vagón y hasta que no ha entrado toda no puedes emprender camino hacia la siguiente parada, una concesión a la fantasía en detrimento del realismo. Pronto se ve compensado el esfuerzo: el salario tras dar una vuelta entera a la línea es de 17 dólares y una bolsa de patatas fritas sabor barbacoa.




La ciudad ahí fuera está llena de vida: nuestro dependiente de confianza Jacob es la viva imagen del sueño de la plutocracia. Algún loco culturista hasta las cejas de esteroides ha irrumpido en su negocio y le ha robado todo. Su novia le ha dejado. Lo único que quiere ahora es tequila y maría. ¿Le ves quejarse? Jamás.




La fiesta está sin embargo en el Smokeshows, un club de striptease al que me dirijo después de comprarle hierba a Randy para revendérsela a Jacob. El portero es tan amable que me vende un perrito caliente por un dólar. Todo el mundo está aquí dentro: un policía, un doctor prometiéndome narcóticos mejores que cualquier botella de vino, varios musculosos con aires embrutecidos, y hasta Verónica, que no sé que diablos hace aquí, pero sigue queriendo sushi.




Borracho a las cuatro de la tarde por el vodka, voy a comprar aún más para vendérselo a Verónica. Está clara ya la mecánica del juego: descubrir qué quieren todos, comprarlo y luego intentar conseguir un extra vendiéndoselo. Mi perspectiva en la vida es un poco diferente así que me voy a beber todo lo que tengo, gastar todo mi dinero en propinas para la stripper y orinarle a alguien en el pantalón.




No parece que se inmute pero mi misión como componente de este microcosmos está casi concluida. Falta el último paso: la sobredosis. Como colofón final decido realizar un último trayecto en mi metro, mi querido metro, y como los vagones recorren las entrañas de esta agujero de excrementos viajará la cocaína por mis fosas nasales. Incluso en mi extremo estado de embriaguez soy el mejor conductor que haya visto esta ciudad. Soy Dios. Y es hora de matar a Dios.

LO MEJOR: Después de dos bolsas de cocaína y dos de éxtasis, y de veinte minutos con la sed y el hambre al mínimo, sigo vivo. Así que lo mejor supongo es que eres inmortal.

LO PEOR: En el club de striptease se pueden comprar condones, pero no valen para nada.

VALORACIÓN: Esto trasciende todo tipo de puntuaciones numéricas, es una experiencia sin parangón. Dicho esto, es más entretenido zurcirse el prepucio. 15/100.

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