martes, 21 de febrero de 2023

ARK: Survival Evolved (PC, 2017)


Versión analizada:
 PC.

Otras versiones: PS4, Xbox One, Nintendo Switch, plataformas móviles.

Mirad esa portada, zagales y zagalas, y decidme si no parece que este ARK lo ha diseñado un preadolescente ultravitaminado, con esa obsesión malsana con los dinosaurios y las metralletas que suele desembocar en el alcoholismo precoz y la lectura temprana de los clásicos de Asimov. Este es un juego que se vende solo, mucho antes de que te dé tiempo a pronunciar las palabras "Minecraft pero con triceratops". Y sin embargo, aquí me hallo, jugándolo por primerita vez.

Como buen videojuego moderno, ofrece dos variantes: online y offline, ambas prometiendo que podrás montar un diplodocus en algún momento. Y aunque sé que la oportunidad de crear una civilización post-prehistórica con nuevas amistades es demasiado jugosa como para ser rechazada, aún reverberan en mis tímpanos los insultos racistas de la última vez que osé entrar al ciberespacio gamer, así que voy a optar por ser un náufrago por mi cuenta en esta pesadilla concebida por Ian Malcolm.

De entrada, y antes de cargar el juego, me obligó a instalarme un software para asegurar que no hacía trampas, cosa que me ofende, aunque no porque vaya desencaminada. Me niego en rotundo: si quiero cabalgar desnudo y armado con un bazooka en los primeros cinco minutos, tengo derecho.

El menú para configurar la partida es inescrutable, con sliders para virtualmente cualquier combinación de palabras que incluya el lexema "dino". Tienes la libertad absoluta de elegir el daño de las dino-torretas, la rapidez con la que aparece el dino-apetito, y por supuesto el "dino-count", valor que viene ya maximizado por defecto porque los diseñadores conocen a su público objetivo. 

Lo complicado es, sin embargo, seleccionar el mapa: aparte de los escenarios que siguen, al parecer, una historia definida, existen otras ubicaciones personalizadas basadas en culturas al azar como la nórdica o la azteca, para finalmente poner en las manos del jugador la posibilidad de crear un entorno procedural donde el maremágnum de opciones se nos vuelve a poner delante: ¡fuerza de erosión! ¡pendiente del litoral! ¡densidad de secuoyas! No lo sé, juro que no lo sé.

Mis escasas esperanzas de que haya un tutorial que dé sentido a todo esto no se ven inmediatamente resueltas, porque queda el diseñador de personaje. Y, Dios los bendiga, no han reparado en gastos:


Había resultados más veraces en el Spore, por todos los cielos. Creo que sólo tengo una opción: maximizar todo y ver qué abominación, qué insulto al creador, queda. Y, presentado así porque no cabe en el recuadrito (y porque el contrapicado siempre queda amenazante):


Me recibe una especie de ente ominoso que es puro sistema circulatorio pero en neón y que me dice que me haga amigo de los megalodones, que no hacía falta porque es lo primero que voy a hacer. Y sin comerlo ni beberlo me hallo en tierra incógnita.

Me familiarizo con los controles: parece que es primordial en este mundo hostil coger cosas del suelo a puñaos, que no hay un palmo en el que no haya un hierbajo útil, y pegar con los nudillos a los árboles para recolectar madera, pero con cuidado porque eso te hiere. El caso es que eso hago, sin pensar en nada más, hasta que un dilophosauro me come mientras consultaba un menú. Esto me enseña valiosas lecciones: no hay ningún lugar seguro aquí. Lección que no parezco aprender porque, apenas unos minutos después, mi fin vuelve a ser exactamente el mismo.

El bucle está claro: da golpes, desbloquea ítems, da golpes con esos ítems. Pero es un bucle que en cualquier momento puede ser destrozado por un reptiloide, y es imposible para un no iniciado a la paleontología saber cuales te quieren dar un bocao y cuales no, y de vuelta a la casilla de salida. Mi intuición me dice que encender una hoguera mantendrá a raya a estos seres asesinos y malignos, pero aunque he conseguido crear una, desconozco como se enciende. Mientras tanto, parece que los que pacen por la playa son relativamente bonachones si no se les provoca. Volvemos al tajo.

Tras algo de exploración y haberme vestido como Dios manda, mi lanza se convierte en el azote de estos bichos.

Me siento sin embargo incapaz de descubrir cómo demonios prender fuego todavía, y mi dignidad así como un honorable sentimiento de empatía hacia el homo neanderthalensis me hace no querer buscar en Google como se hace. Si fuera tan sencillo, no hubiera supuesto el mayor descubrimiento de nuestra especie. Pero a medida que comer carne cruda me hace daño a la tripita y me provoca defecación involuntaria (una mecánica francamente necesaria), decido rendirme. Parece que la hoguera tiene su inventario propio donde hay que ubicar una fuente inflamable.

En una playa lejana y rodeado de dodos, y pese a mi flaqueza, emprendo la vuelta a casa, que conlleva varias amenazas de ahogamiento por cansancio, superar una sed extrema y hacer gala de una destreza encomiable a la hora de esquivar seres que me quieren mal. Nade puede conmigo. Salvo la diarrea.


Obviamente, de inmediato...


Por suerte, tengo recursos: mi cubículo vanguardista custodiado por un trilobites guardián me puede servir de refugio ante las vicisitudes climatológicas.


Sin embargo, no me encuentro más cerca de lograr mi sueño de dispararle a un brontosaurio con un Kalashnikov. Pero quizás, y solo quizás, hay algo que me aproxime a mi objetivo


Ese gigantesco obelisco parece señalizar el camino, ser un faro del progreso. Sea cual sea la historia de este juego, si quiero avanzar debo ir hacia la luz. Y es una marcha tortuosa, que incluye reptar por la jungla, evadir las miradas de triceratops (que son herbívoros pero quién querría ponerlos a prueba), y cruzar una imponente cascada. Cuando a unos pocos metros por debajo de mi veo la senda que me dejaría justo en el marcador, nada ya puede impedir que lo logre. Nada, claro está, salvo la gravedad.


Basta ya. Mi universo, mis normas.


Hay que reconocer que es una pasada las posibilidades de este juego. Nunca había podido disfrutar de tanto poder. Ataviado con mi armadura de recontratitanio y una espada que hace luz, voy al lugar donde se hallan todas las respuestas.


Tras hacer click en un par de botones, este portal a la infinidad me retrovierte a mi yo del pasado: musculado, sí, pero desarmado. Un mero trozo de carne más en esta isla. Da igual lo mucho que inventemos, lo lejos que lleguemos: en el fondo sólo somos átomos de carbono. Qué lección más valiosa. La segunda más importante de ARK: Survival Evolved, justo detrás de la que nos enseña a controlar nuestro esfínter.


Esa la dejamos para otro momento.

LO MEJOR: Mi intuición de que era como Minecraft no iba del todo desencaminada, pero en Minecraft no puedes ir a lomos de un tiranosaurio con un lanzallamas, así que no veo razón para jugarlo en lugar de ARK.

LO PEOR: Bueno, en realidad se me ocurren varias: los controles son bastante desastrosos, y dar muerte a reptiles colosales, una hazaña que debería ser uno de los puntos álgidos de tu vida, resulta bastante poco satisfactorio. Además, la variedad de objetos, menús, acciones, etc. puede ser hasta demasiado ambiciosa, pero perdonable considerando que han sido capaces de encajarlo todo relativamente bien, aunque intimide a primera vista. Por último, es exigente en recursos, también, y como te ataquen dos dinosaurios a la vez los frames se van a la estratosfera, imposibilitando aún más el poder mover al moñequito como es debido.

VALORACIÓN: 72/100.

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