Versión analizada: PC.
Otras versiones: Ninguna que yo sepa.
Los juegos de música, un género que explotó sobre manera a finales de los 2000s con sagas interminables como Guitar Hero y Rock Band, desaparecieron de la noche a la mañana y nos dejaron extremadamente huérfanos. Atribuyo una parte no negligible de mi obsesión melómana a esas tardes con la guitarrita, aporreando botones al son de Lynyrd Skynyrd, Skid Row o Heart como si no hubiera un mañana. Y un buen día, alguien decidió que a nadie más le interesaban: un formato que podía haberse mantenido décadas, con un mejor modelo de DLCs o de suscripción incluso, muerto y enterrado en cuanto pusieron sus sucias manos los de Green Day.
La variante, a su vez anterior y por tanto más venerable, que ha gozado de cierta supervivencia, es la del juego de "ritmo", aquel que empezó en los arcades con el Dance Dance Revolution y sus plataformas pisoteadas hasta la saciedad por gente que se lo tomaba extremadamente en serio, y que evolucionó hacia la moñigada del Just Dance con sus mandos hápticos que saben cuando estás haciendo el swish-swish y cuando sin querer te lo has dejado puesto mientras lavas los platos. Siguen vendiendo unidades, como podrían haber hecho los juegos rockeros y similares (¿remember DJ Hero? Una década después tuvimos el Fuser pero ahí, también, tenemos que lamentar una pérdida: los servidores se cerraron el año pasado). Las nuevas generaciones crecerán sin referentes musicales de calidad, solo con esas cosas de menear el culo y restregarse. ¡Vergüenza!