Esta reseña fue escrita originalmente por Jorge Lázaro (o sea, yo) a finales de marzo de 2015. Su retraso en la publicación se ha debido a problemas técnicos y comunicativos internos (aka. "el redactor jefe [o sea, yo] es un inútil y no cumple con su trabajo de revisión y planificación"). Pedimos disculpas en caso de detalles que puedan parecer anacrónicos o desactualizados.
Versión analizada: Xbox
360
Otras versiones: PS3, PC, Steam
Mi última reseña revisó la cuarta entrega nominal de la saga Assassin’s Creed; cuando lo hice, comentaba por una parte el exceso de juegos en la franquicia,
al tiempo que mencionaba el enorme hype
de las dos últimas dos entregas lanzadas en aquel momento.
De
esas dos entregas, Assassin’s Creed:
Unity, la presentada para nueva generación, fue la que se llevó más
interés y atención del público, merced a su ambición, y también a sus fallos (Bugity lo llamaron las malas lenguas. Un año después se redimiría Ubisoft con el mejor acogido Syndicate, por ahora la última entrega de la saga). Su
homólogo para consolas de anterior generación (Unity fue directamente a Xbox One y PS4, pero Rogue ha quedado para Xbox 360 y PS3),
que resulta en general un juego mucho más personal y pulido, pero también menos
grandioso, ha pasado más desapercibido.
Personalmente,
creo que es algo injusto, por una razón sencilla: podría haber sido el mejor
juego de la franquicia, si no fuera por varios fallos que lo lastran. Assasin’s Creed Rogue triunfa ya desde
su premisa que, por primera vez, pone el foco en un protagonista del bando de
los templarios, en lugar de ser del bando que da nombre a la saga.